La rápida modernización del país durante los años 60 hizo que la sociedad civil comenzara a demandar cada vez con más fuerza cambios políticos. Esta demanda, cuyo principal protagonista fue el movimiento universitario, se apoyaba en una serie de núcleos de oposición al franquismo.
| VI Congreso del PCE, celebrado en Praga (entonces Checoslovaquia) en 1960 Imagen de Etanol en Wikimedia Commons. Licencia CC. |
Por un lado estaba la oposición clandestina. La principal fuerza de la oposición clandestina era el movimiento obrero. Dentro de éste, el PSOE se había convertido en una fuerza casi testimonial, dirigida desde el exilio. El anarquismo había sido perseguido con particular dureza y no contaba con una sólida organización. La fuerza más potente y organizada de la oposición antifranquista era el PCE, gracias a su sólida disciplina interna y al apoyo internacional de la URSS. Su táctica se caracterizaba por la búsqueda de un pacto con las restantes fuerzas de oposición y la infiltración en las estructuras sindicales del régimen. Su instrumento fundamental para ello fueron las Comisiones Obreras (CC.OO.), surgidas de sectores comunistas y católicos como una forma de participar en las elecciones sindicales, ya que no se definían públicamente como un sindicato. Esta táctica proporcionó al PCE una influencia creciente en la oposición política y sindical. Desde mayo del 68, la radicalización del movimiento obrero en el mundo occidental tuvo también eco en España, con la formación de pequeños grupos terroristas entre los sectores más radicales del comunismo (FRAP, GRAPO).
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| Manifestación en Amsterdam contra el franquismo (1 de febrero de 1969) La presión de la opinión pública europea contra la dictadura franquista contribuyó a debilitar el régimen. Imagen de Nationaal Archief. Licencia CC0. |
Aparte del movimiento obrero, formaba parte de la oposición clandestina el nacionalismo catalán y vasco, con fuerte arraigo entre los sectores acomodados de ambas regiones. El renacimiento internacional del terrorismo también afectó a los sectores más radicales del nacionalismo. En 1962 jóvenes activistas del PNV fundaron el grupo terrorista ETA, que acabaría teniendo un papel decisivo y trágico en el final del régimen y la posterior democracia.
Asimismo existía una oposición liberal en el exilio, liderada por figuras como Salvador de Madariaga o José María Gil Robles. Tenía poca influencia sobre la sociedad española, pero importantes contactos a nivel internacional. Entre sus mayores logros estuvo la organización en Múnich (Alemania) del IV Congreso del Movimiento Europeo (llamado por el franquismo "Contubernio de Múnich"), en el que se exigió ante la opinión pública internacional la conversión de España en un régimen constitucional como requisito para su integración en la Comunidad Económica Europea (CEE).
Junto a la oposición clandestina estaba lo que podríamos llamar la oposición legal. La permisividad del régimen hacia el asociacionismo católico permitió que surgiera una importante oposición católica, bajo la influencia de la democracia cristiana (Joaquín Ruiz Giménez) y el Concilio Vaticano II. Su postura estaba muy próxima a la de los sectores más avanzados del reformismo dentro del propio régimen, pero muy lejos de su ala dura.

