La entrada de capital americano, el nuevo clima de confianza y algunas medidas liberalizadoras permitieron una tímida reactivación industrial. Esta fue acompañada por un aumento de precios, que a su vez contribuyó a desencadenar una oleada de protestas obreras y estudiantiles. El intento del Ministro de Trabajo falangista de solucionar el problema aumentando bruscamente los salarios hizo que la inflación se disparara. A ello se sumó el empeoramiento de la balanza de pagos por el aumento de importaciones y la debilidad de la peseta.
Para hacer frente a la crisis, a partir de 1957 Franco integró en el gobierno a un grupo de tecnócratas, personajes con buena formación económica, en su mayoría vinculados a la organización católica Opus Dei. Los tecnócratas dominaron los gobiernos franquistas durante esta etapa. Su objetivo era garantizar un progreso económico sólido para evitar la apertura política. Su actuación se resume en el desarrollo de dos grandes planes que marcaron dos épocas.
El Plan de Estabilización (1959) fue un plan de choque dirigido a sanear el desequilibrado desarrollo económico español siguiendo las recetas del liberalismo económico. Se impuso una política de ahorro, reduciendo el gasto público. Se fijaron tipos de interés altos y se restringió el crédito para frenar la inflación. Se estableció la liberalización progresiva del comercio exterior e interior, reduciendo los férreos controles estatales. Se facilitó la entrada de capitales extranjeros. Se devaluó y regularizó la peseta para facilitar las exportaciones. Se aumentó la presión fiscal. Los salarios quedaron congelados hasta 1964. El plan logró el objetivo de la estabilidad: la inflación se detuvo, se corrigió el déficit en la balanza de pagos y se avanzó hacia la liberalización económica. Pero el coste social fue muy alto: la pobreza y el paro aumentaron.
Muchos españoles se vieron obligados a emigrar en busca de mejores oportunidades. La emigración exterior se veía además estimulada por el régimen franquista y por la demanda de mano de obra en Latinoamérica y Europa. En las dos últimas décadas del franquismo la emigración exterior se convertiría en un fenómeno de enormes dimensiones. La emigración fue una dura experiencia para sus protagonistas y creó grandes desequilibrios demográficos en España. Pero benefició extraordinariamente al desarrollo económico de España, especialmente porque significó la llegada de enormes cantidades de divisas en forma de ahorros enviados por los emigrantes a sus familias, las llamadas remesas. Muchos historiadores piensan que estas remesas tuvieron un impacto directo en el crecimiento económico de España muy superior al de la ayuda americana o los planes económicos del franquismo.
Una vez alcanzada la estabilización deseada, el siguiente paso era estimular el ritmo del crecimiento económico. Con ese fin se crearon los Planes de Desarrollo (1964-1975). Se trató de una serie de planes económicos trienales que tenían como objetivo lograr el despegue de la economía española mediante una política de incentivos a la modernización de determinados sectores y áreas industriales por medio de ayudas públicas a la empresa privada (subvenciones, reducciones fiscales, facilidades al establecimiento...). La principal herramienta para ello fue la creación de polos de desarrollo, núcleos en cuyo desarrollo industrial se concentraba la inversión pública para que ejercieran un efecto multiplicador sobre la economía de su entorno. Sevilla y Huelva (Polo Químico), por ejemplo, fueron polos de desarrollo.
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El turismo de sol y playa fue el principal gancho del boom turístico de los 60. Imagen de Teresa Avellanosa en Flickr. Licencia CC BY |
Se ha discutido mucho sobre los efectos de los planes de desarrollo sobre la economía española. Parece claro que el efecto multiplicador sobre la economía española no tuvo el alcance deseado. Muchos historiadores incluso opinan que su influencia fue más bien negativa. Sea gracias a los planes de desarrollo o pese a ellos, lo cierto es que durante la década de los años 60 se produjo un extraordinario despegue económico. Entre sus causas se encuentran la llegada de divisas procedentes de los emigrantes, el favorable contexto económico internacional, la apertura de la economía española, sus bajos costos laborales, que favorecían la inversión extranjera, y, finalmente, el boom del turismo. España, un país barato, próximo a los países más ricos de Europa y dotada de abundante sol y playa, se convirtió en un destino privilegiado de millones de turistas europeos. Aparte de sus enormes efectos económicos, el turismo y la emigración tuvieron un importante efecto cultural: pusieron a los españoles en contacto directo con sus vecinos europeos y aumentó de esa forma sus expectativas económicas, culturales y políticas. Ahora bien, pese al innegable milagro económico que supuso el desarrollismo, España tuvo que pagar por ello el precio de un desarrollo descontrolado, que provocó de nuevo la inflación y la acentuación de los contrastes regionales, sectoriales y sociales.