Las primeras medidas desamortizadoras remontan al Despotismo Ilustrado del siglo XVIII. Durante el reinado de Carlos III (1759-1788) varios informes redactados desde los círculos del gobierno comenzaron a criticar abiertamente los negativos efectos económicos de la amortización de tierras, pero no llegaron a conducir a ninguna medida concreta. Se llegó a decretar el arriendo a particulares de tierras comunales, pero la medida tuvo poco efecto. Por otra parte, la fuerte tensión entre el reformismo borbónico y el tradicionalismo católico llevó a Carlos III en 1767 a ordenar la expulsión de la orden de los Jesuitas, considerados los máximos instigadores de la reacción católica, lo que abría el camino a la expropiación de sus bienes.
Durante el reinado de Carlos IV, siendo primer ministro Manuel Godoy, el fuerte endeudamiento del Tesoro llevó a la firma del decreto de desamortización de 1798. En él se decretaba, con permiso del Papa, la desamortización sistemática de los bienes expropiados a los Jesuitas, así como los de otras fundaciones eclesiásticas (hermandades, hospitales, hospicios, colegios universitarios...), afectando en total a cerca de una sexta parte de las propiedades de la Iglesia. La Iglesia sería indemnizada por la pérdida. El proceso de desamortización se prolongó hasta la caída de Carlos IV en 1808.