El siglo XVI fue también un período de crecimiento económico. En su base se encontraba el desarrollo económico y la expansión demográfica iniciados durante el siglo XV, que habían sido un factor principal en el ascenso de la Monarquía Hispánica. Pero la adquisición del imperio potenció extraordinariamente ese crecimiento económico, especialmente gracias a la explotación de los nuevos dominios americanos.
La monarquía Hispánica obtuvo enormes beneficios del comercio transoceánico que estableció a través de sus posesiones americanas y asiáticas. Productos elaborados en la Península abastecían los mercados coloniales americanos, sobre los que la Monarquía Hispánica había establecido un monopolio. A cambio llegaban las materias primas americanas y, a través de filipinas y América, los productos elaborados en China y otros países asiáticos.
América proporcionó además al Imperio su combustible. Las minas americanas, especialmente en la zona andina (Potosí...) y en México (Zacatecas, Guanajuato...) proporcionaron al Imperio oro y sobre todo plata, en unas cantidades que no tenían precedente en la Historia. El Imperio Hispánico se financió en buena medida con esa plata, que inundó las economías de toda Europa y hasta de China. Lamentablemente, este metal precioso fue en buena medida empleado para financiar los gastos de las interminables guerras y adquirir productos elaborados de los países del norte de Europa, por lo que dificultó, más que facilitar, el desarrollo de una potente industria peninsular.
