3.4.1. El balance hídrico
El agua es un recurso esencial. De hecho, es el más esencial de todos, pues sin él es imposible la vida. Sólo una pequeña parte del agua del planeta (aprox. 1 %) es utilizable directamente para la vida terrestre: se trata del agua dulce superficial y el agua dulce subterránea explotable. Toda el agua del planeta se recicla constantemente, de forma que el agua salada del mar al evaporarse y volver a precipitarse se convierte en agua dulce utilizable por el hombre. De la misma forma, el agua contaminada, especialmente el agua no apta para el consumo por poseer desechos orgánicos, se recicla casi por completo.
Sin embargo, el ciclo del agua funciona muy lentamente y no es capaz de eliminar por completo los compuestos contaminantes no biodegradables, que quedan acumulados en el subsuelo, la atmósfera y el fondo de los mares. Además, el ciclo de la vida que depende del ciclo del agua es mucho más frágil y puede alterarse mucho en el corto plazo, provocando efectos muy perjudiciales en nuestra vida. Todo ello hace del agua un recurso natural muy preciado, delicado y escaso.
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| Imagen de U.S. Geological Survey realizada por John Evans y Howard Perlman. Licencia de uso de USGS. |
El balance hídrico de un territorio es la relación existente entre los recursos hídricos que ese territorio recibe y los que pierde en un determinado período de tiempo. La aportación o entrada de agua procede en última instancia de las precipitaciones, sea en el propio territorio, en las cabeceras de sus ríos o en las zonas de aprovisionamiento de sus acuíferos. La aportación del agua puede seguir inmediatamente a las precipitaciones (precipitaciones líquidas) o demorarse en el tiempo varias estaciones o incluso años (precipitaciones sólidas). El territorio también puede recibir agua desde otras cuencas por medios artificiales (canalizaciones, trasvases). Las pérdidas o salida de agua se producen por la evapotranspiración, la salida del agua al mar, la infiltración del agua hacia acuíferos inaccesibles y el consumo de agua, incluyendo aquel consumo que, aunque no elimina agua del sistema, la hace inutilizable al contaminarla. También puede haber pérdidas por el envío artificial de agua a otro territorio.
Decimos que el balance hídrico de un territorio es positivo cuando los recursos hídricos disponibles, una vez descontadas las pérdidas naturales (evapotranspiración, salida al mar...), exceden el consumo que se hace de ellos. La mayoría del consumo de agua en España se debe al regadío agrario (casi el 80 % del consumo). Al uso industrial se destina aproximadamente el 7 %. El consumo humano se lleva aproximadamente el 13 % del agua.
En España la relación entre precipitaciones y evaporación hace que haya disponible de media al año unos 100.000 hm3, de los que unos 55.000 hm3 pueden ser almacenados en embalses. La demanda media anual de agua es de unos 35.000 hm3, por lo que se puede decir que en términos globales el balance hídrico de España es teóricamente positivo.
Sin embargo el balance real no es tan positivo como podría parecer. En primer lugar, el clima mediterráneo que predomina en buena parte de España se caracteriza, no solo por su elevada evaporación, sino también la irregularidad de sus precipitaciones. Por ello el balance hídrico varía muchísimo de año en año. Mientras en algunos años los embalses han de vaciarse para que no se desborden, en otros quedan prácticamente secos.
Además, hay fuertes contrastes entre cuencas claramente excedentarias (Norte, Duero, Tajo y Ebro), cuencas equilibradas (Guadiana, Guadalquivir) y cuencas deficitarias (Júcar, Segura, Sur y Pirineo Oriental). Las causas son tanto naturales como humanas. Por un lado los ríos mediterráneos son por naturaleza muy irregulares y poco caudalosos, dado el clima y el relieve. Pero, por otro lado, la mayor demanda de agua para consumo se concentra precisamente en el arco mediterráneo, donde la aridez y la irregularidad fluvial es mayor. Esa demanda se debe a la mayor densidad de población de esta región y a la acción de tres sectores económicos punteros en ella: la industria, la agricultura de regadío y el turismo.
Otros problemas agravan la situación. El primero es el aumento de la demanda como resultado del desarrollo económico y la implantación de modelos poco sostenibles de explotación económica del agua, como la proliferación de clubes de golf en la España seca. El segundo es la insuficiencia y el progresivo deterioro de la red de embalses. El tercer problema es la existencia de grandes pérdidas de agua por el uso de sistemas de riego inadecuados o por fugas de conducciones. A la pérdida cuantitativa de agua disponible se suma la pérdida de calidad, como resultado de la contaminación y de la salinización de los acuíferos sobreexplotados, especialmente en la costa.
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